Estilo de vida| 04/02/2021 |17:55 |Marisa Zannie | Actualizada
05/02/2021 12:42

No voy a hablar de estadísticas ni de números, porque la mayoría de las veces no les ponemos demasiada atención, especialmente si no somos los enfermos o si no nos sentimos en particular peligro de estarlo.

Estoy convencida de que, para enfatizar la importancia de hacer todo lo que esté en tus manos para prevenir el cáncer, tienes que ponerte en los zapatos de alguien que haya vivido la experiencia. Por eso, quiero compartirla hoy, porque –como dijo el que dijo—basta con que a una persona la invite a hacerse una mastografía o a cambiar de hábitos y adoptar otros más saludables, con eso sentirás que ha valido la pena escribir lo que viviste.

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En realidad, todo empezó años antes del diagnóstico. Tenía la famosa ‘bolita’, prácticamente en medio de los dos senos, abajo, a la izquierda del seno derecho. Muy responsablemente, en cuanto la sentí, hace un poco más de 20 años, fui con mi ginecólogo quien me mandó a hacer la mastografía y ultrasonido de rigor en estos casos. No parecía peligrosa, pero había que asegurarse, así que me programaron una biopsia.

El resultado, afortunadamente, fue negativo, se trataba de mastopatía fibroquística; en español: nódulos benignos en las mamas.

A pesar del resultado, mi ginecólogo hizo mucho énfasis en que estuviera vigilante y no dejara de hacerme la mastografía anual, lo cual cumplía –debo decirlo—no con toda la regularidad debida, pero nunca dejando pasar más de dos años seguidos.

Al cumplir los 53 años, empecé a sufrir muchas molestias por la menopausia: bochornos, cambios de humor, olvidos, sudores nocturnos, un panorama nada grato. Mi ginecóloga de entonces me preguntó si había antecedentes de cáncer de mama en la familia, dije que no porque, en ese momento, así era. Ella juzgó que era razonablemente seguro darme tratamiento de reemplazo hormonal y empecé a usar un gel de estrógenos regularmente, el cual me ayudó a reducir bastante los síntomas.

En 2018, en la reunión para partir la Rosca de Reyes (cuando podíamos reunirnos) mi hermana, tres años menor que yo, nos dio la noticia: sintió una bolita, acudió al médico, la analizaron y el resultado fue que se trataba de un tumor maligno. Es decir, tenía cáncer de mama.

El shock y el dolor fueron tremendos, el último caso de cáncer en la familia fue el de mi papá, quien tuvo primero en la garganta y años después migró al cerebro, pero había muerto hacía más de 16 años; jurábamos ser una familia “sanísima” y nos tomó a todos por sorpresa.

Recuerdo perfectamente que una de las cosas que pensé en ese momento fue: “Debo hacerme la mastografía este año”, pero, como se dice vulgarmente “por angas o mangas”, por falta de tiempo y de dinero, porque es molesta, por mil razones francamente estúpidas, no me la hice.

Afortunadamente, el tumor de mi hermana era muy pequeño, se calificó como etapa 0, no tuvieron que quitarle todo el seno y no tuvo que recibir quimioterapias, solo radioterapia, y en realidad, se veía sana y bien, pero la vocecita seguía ahí: “Tienes que ir”. Al final, superó el tratamiento y sigue libre de cáncer al día de hoy.

Por fin, en febrero de 2019, saqué la cita para la mastografía, me sentía “aliviada” de no sentirme en absoluto mal --acaso con un poco de fatiga que me parecía muy normal--, y de no tener ninguno de los signos clásicos de los que nos advierten prácticamente todos los folletos de prevención de cáncer de mama: no tenía descarga líquida, mis pezones no habían cambiado de color, no estaban invertidos y no tenía zonas enrojecidas ni calientes en los senos. Todo esto me había servido de maravilloso pretexto para ir retrasando el estudio anual.

Cuando pasé a la cabina del estudio, casi inmediatamente la encargada de hacérmelo me dijo: “Señora, ¿sabe que tiene una bolita?”, le respondí que sí y que tenía muchos años con ella. La sentí un poco dudosa y me dijo que me tomaría más imágenes del lado derecho. “Oh, oh”, pensé.

Los resultados los pasarían a mi ginecóloga y yo debía llamarle en cuatro días para saber cuál era el veredicto. Al tercer día por la tarde, estaba en mi oficina, en medio de una junta, cuando vi por el rabillo del ojo que entraba un mensaje de Whatsapp de mi doctora. Enseguida se me hundió el estómago.

Di por terminada la junta y leí el mensaje: “Tus resultados no son alentadores, no soy una experta en mama, te recomiendo acudas con cualquiera de estos dos médicos” y finalizaba con los nombres y datos de dos oncólogos (especialistas en cáncer). La enormidad del significado del mensaje no me cabía en la cabeza: no podía tener cáncer, yo no, ¡si siempre fui súper sana!

Primera lección: los médicos no son Dios, son seres humanos, como tú y como yo y, como tal se pueden equivocar, y segunda y súper importante, tu enfermedad es un barco y el capitán de ese barco eres tú; nadie más, no tu doctor, no tus papás, no tus hijos, no tu pareja, tú y solo tú.

Cuando nos dan el diagnóstico de una enfermedad grave, nos sentimos más vulnerables que nunca y el deseo de abandonarte en los brazos protectores de alguien –normalmente tu doctor, tu pareja, tus papás— es muy fuerte, pero más pronto que tarde te das cuenta de que un padecimiento como el cáncer no afecta solo a tu salud, sino todo a tu alrededor, tu trabajo, tus relaciones afectivas, y sí, también tu situación económica y hasta tu rutina diaria. Y la única persona que puede, y debe, encontrar el equilibrio entre todos los enormes cambios que inevitablemente ocurrirán en tu vida, eres tú. Lo digo aquí, lo subrayo mil veces, y lo repito a todo aquel que me quiera escuchar, porque quisiera que alguien me lo hubiera dicho a mí cuando empezó el viacrucis: el capitán de tu barco eres TÚ.

El primer médico que me vio no fue mi opción final porque, sin tener elementos, me dijo que mi tumor era de un tipo que, si no se quitaba perfectamente en la cirugía, seguramente me mataría. Cuando el que finalmente se convirtió en el médico líder de mi tratamiento me aseguró que se trataba de un tumor maligno “común y corriente”, hasta sentí alivio.

Después de varias citas, ir y venir, subir y bajar, el doctor me habló de mi tipo de tumor, estaba en etapa dos (son cuatro), y describió el tratamiento: mastectomía del seno derecho, 16 quimioterapias, un año de una vacuna monoclonal --parecida a la desarrollada para combatir el Covid-- aplicada cada tres semanas y cinco años de tomar una pastilla diaria. Al final, resulta que la mastectomía es lo de menos.

Las quimios, además de lo que ya todos sabemos que provocan: náuseas, caída del pelo, fatiga, confusión mental, te bajan brutalmente las defensas y te hacen susceptible a todo tipo de infecciones, y, para hacer un cuento muy largo más corto, por una razón u otra, estuve hospitalizada un par de veces después de la mastectomía, tuve que añadir otro oncólogo a mi equipo y, además, ver a dos cardiólogos y a un urólogo.

Muchas mujeres hablan de lo terrible que es perder un seno, y no quiero minimizarlo en modo alguno, lo es. Pero, no sé si porque en mi caso me pusieron un expansor al tiempo que me lo quitaron --con miras a la posterior cirugía reconstructiva--, no lo resentí tanto.

Perder mi pelo, eso sí fue otra historia. Tal vez porque es un signo mucho más visible de la enfermedad y uno que inevitablemente te la recuerda cada vez que te miras en el espejo, tal vez porque el mío me encantaba, no lo sé, pero, aunque aprendí a amar los turbantes y a soportar la peluca, aún hoy que ya tengo otra vez pelo –aunque chino y con muchas más canas—lo extraño muchísimo, quizá porque se ha convertido en un símbolo de la que fui y que no volverá…

El cáncer no es una estadística: así lo viví
El cáncer no es una estadística: así lo viví

Es imposible hablar detalladamente de todo lo que viví en ese año y poco más de tratamiento, tendría que escribir un libro, pero sí puedo hablar de las enseñanzas más importantes que el maestro cáncer me dejó:

*Como ya dije, solo tú eres el total responsable de tu salud y mientras puedas ser tú quien dirija el barco y tome las decisiones, hazlo. Claro, consulta a quien tengas que consultar, habla con quien tengas que hablar, pero las decisiones finales es mejor que dependan de ti, solo tú vives en tu cuerpo y en tu piel.

*La apariencia, los lujos, de verdad, de verdad, no importan nada de nada. No hay mayor lujo que la salud, grábatelo. Si necesitas una medicina pero quieres comprarte un suéter, prefiere siempre la farmacia al centro comercial.

*Rodéate de quienes te quieren de verdad, de quienes de verdad se preocupan por ti, de quienes supieron estar. El cáncer es un gran filtro, te demostrará, sin lugar a dudas, a quién debes conservar en tu vida.

* No des nada por sentado ni crees expectativas: las personas que más quieres no siempre reaccionarán como tú esperas y crees que lo harán, y, por otra parte, quien menos imaginas estará a tu lado todo el camino y, una vez que lo hayas recorrido, volverá a desaparecer, porque solo vino a acompañarte en el trayecto. Encontrarás a más de un ángel inesperado, créeme.

*No volverás a ser el mismo, pero eso no es algo malo. Simplemente serás una versión más sabia y poderosa de ti mismo, porque habrás probado tus fuerzas y hasta dónde eres capaz de llegar y todo lo que puedes soportar. Aprovecha tu nueva sabiduría y haz que lo aprendido trabaje para ti.

*Serás mucho más prudente con tu dinero y aprenderás el verdadero valor de las cosas.

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Sin embargo, al final, se trata de evitar que tengas que aprender todo esto “a la mala”. La mayoría de los cánceres no pueden prevenirse, pero DEBES hacer todo lo necesario por evitar todos aquellos que sí tienen forma de detectarse en sus etapas tempranas o evitarse por completo mediante una sencilla cirugía, como el de próstata, por ejemplo.

Suena trillado pero tienes que alimentarte bien, hacer ejercicio, dormir bien y hacerte todos los estudios y chequeos pertinentes con la periodicidad recomendada.

Hoy soy más sabia, gracias a mi estricto maestro, pero créeme, preferiría ser tan ingenua como lo era antes de que él llegara a mi vida. En unos días más sabré si sigo libre de cáncer y el nervio es casi tanto como al de un principio, pero sigo viva y hoy vivo cada día con mucha mayor plenitud. Si mi experiencia ha de servirte de algo, que sea para que además de que cuides de tu salud, te abraces fuerte a quienes más quieres.

El trabajo y el dinero vienen y van, la salud y el amor, no ¡Cuídate y quiérete mucho!

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