¿Te ha sucedido alguna vez que sientes un deseo muy fuerte por hacer algo o estar en algún lugar sin que puedas entender por qué o que te parezca absurdo? Se trata de un llamado de tu alma. A mi me ha pasado varias veces.
Hoy quiero contarte algo que me sucedió: por alguna razón que después comprendí, una amiga me invitó a tomar una segunda clase de Barras de Access. Yo ya tenía considerado asistir en CDMX y ésta era en Metepec. Las dos el mismo día. Lo más sencillo hubiera sido tomarla en mi ciudad, sin embargo, sentí un “jalón” por ir a la que me quedaba más lejos. La clase resultó ser maravillosa, sin embargo estando allí, la facilitadora, Nancy García, nos habló acerca de un taller que daría al día siguiente para contactar con tu SER. Desde que escuché eso dije “tengo que venir”. Había varias situaciones en contra: se me acababan de fundir los faros del coche, no estaba contemplado dentro de mi presupuesto, no tenía en dónde dejar a “Pepina”, y para colmo, mi calle estaría cerrada debido al maratón.
Llegué a mi casa en la noche y revisé mis finanzas. Acababa de recibir un dinero totalmente inesperado el día anterior y que pensaba usarlo para inversión. Así que pensé ¿qué mejor inversión que ésta? Me sentía agotada y me debatía entre ir o no. Parecía muy complicado, pero dejé que mi cuerpo decidiera si estaba o no en condiciones de despertarse. Al día siguiente, amanecí como nueva, vi a “Pepina” y me dio toda la tranquilidad dejarla unas horas solita, me arreglé y caminé hasta una zona en donde supuestamente ya había acceso a los coches y pedí un taxi. El conductor se puso en contacto para decirme que estaban bloqueadas las vías. Pasaba el tiempo y yo tenía que tomar el autobús. Finalmente le pregunté a un oficial cómo podría llegar a Constituyentes. Me dijo que solamente por la lateral del Circuito Interior, pero que era peligroso.
En ese punto, pude haberme dado por vencida y regresar a mi casa, ya era mucho y “tal vez no era para mi”. Pero una voz me dijo “sigue”. Hoy me río de la aventura: me fui caminando sobre una banqueta tan angosta que me tuve que poner de espaldas a la pared e irme de ladito, había goteras en el techo del puente y partes en las que de plano me tuve que bajar al pavimento porque no había espacio. Durante mi travesía no pasó ningún coche y en cuanto llegué a una zona segura, ¡los coches empezaron a pasar! Fue algo que mi mente no comprendía en ese momento. Caminé en total como 40 minuto hasta que pude tomar un transporte que me llevara a la estación de autobuses y llegué a mi destino en punto. Más tarde comprendí para qué tenía que estar allí. Y que fue mi SER quien me estaba guiando. La próxima semana contaré más acerca de esta experiencia.