No cabe duda de que los seres humanos somos canales de luz y que cada vez que elegimos compartirla, la luz del otro ilumina nuestro camino. (Foto: Pixabay)
Hace 15 días platiqué acerca de una historia que me contó Shimon Sarfati, en la que un maestro les decía a sus alumnos: que el infierno era una escena en la que estábamos todos hambrientos frente a un plato enorme de comida, pero no podíamos meternos la cuchara en la boca porque nuestros antebrazos estaban sujetados y no los podíamos doblar. Cuando les preguntó ¿qué era el cielo?, ninguno supo responder. El maestro les dijo: “El cielo es cuando tú le das de comer al de tu derecha con tu cuchara y el de la izquierda te da a ti con la suya”.
A un mes de haber ocurrido el sismo, he sido testigo de que podemos estar en el cielo. Esta historia es verídica: una mujer perdió su casa en el temblor, sin embargo muchos de sus amigos no lo sabían, porque durante esos días estuvo ayudando a todos sus vecinos damnificados en esa zona.
Día y noche publicaba en sus redes sociales lo que se estaba viviendo ahí, a través de videos, frases de aliento y trabajo físico. Parecía que era alguien muy comprometido y con un deseo enorme de asistir a los demás, pero jamás se nos hubiera ocurrido que ella misma estaba pasando por uno de los peores momentos de su vida.
Se le veía serena, dando frases de aliento y compasión para todas las personas que estaban sufriendo. Siempre con una sonrisa y una paz que tranquilizaban.
Pasaron las semanas y un día por fin decidió comentar a estos amigos lo sucedido. Naturalmente nadie lo podía creer. Entonces surgió una cadena de apoyo para ella. Cada quien a través de sus contactos pidió ayuda. La respuesta fue inmediata. Nunca se preguntó el nombre de la persona afectada, simplemente cada quien dio lo que pudo y como pudo.
Lo impresionante fue que en el proceso empezaron a surgir milagros para quienes estaban asistiendo de manera desinteresada. Contaron que al recoger los donativos en especie, parecía que tenían que estar ahí, porque quien los entregaba de alguna manera, les daba la solución “sin quererlo”, a problemas que tenían quienes estaban reuniendo todo.
No cabe duda de que los seres humanos somos canales de luz y que cada vez que elegimos compartirla, la luz del otro ilumina nuestro camino. Una sola vela puede iluminar un cuarto totalmente obscuro, imagínate si todos encendiéramos la nuestra. Continuemos con este trabajo que iniciamos en septiembre y no permitamos que nuestras flamas se extingan.