Nos han enseñado que las personas o las cosas tienen que ser “para siempre” y todo lo que no parezca que lo será, lo desechamos o vivimos en una constante ansiedad por no perderlo. Y es que desde que compramos un objeto, analizamos si nos podrá durar “para toda la vida”… Y lo que es verdad, es que nada, ni la mejor lavadora, o la mejor sala o el mejor coche, van a acompañarnos siempre. Incluso a veces estos objetos permanecen aquí y somos nosotros los que morimos antes… ¿Te has puesto a pensar cuántas posibilidades nos estamos perdiendo por estar alineados con ese punto de vista?
Ahora pensemos en las personas: conocemos a alguien que desde algún lugar de nuestro ser, sabemos que podemos ser una contribución mutua, pero si por alguna razón percibimos que tal vez será solamente por una época, preferimos alejarnos con tal de no sufrir las consecuencias de la separación.
Nos quedamos en nuestra zona de confort en la que nos sentimos seguros y “en control”. Sin embargo, ni siquiera nuestros padres o nuestros hijos permanecerán con nosotros todo el tiempo y se supone que son las relaciones más fuertes que experimentamos. Y somos muy chistosos, al encontrar a alguien, inmediatamente salen todas nuestras defensas porque creemos que volveremos a vivir el dolor o la decepción de relaciones pasadas. Como me dijeron una vez: “le pasamos la cuenta de los comensales que se acaban de ir a los que apenas se está sentando.
Y si por otro lado, empezamos a experimentar gozo y expansión, la ansiedad nos ataca al obsesionarnos con la pregunta: ¿en qué momento se va a ir? Y de cualquiera de las dos maneras, no podemos disfrutar lo que estamos viviendo en ese momento.
¿Qué tal que ese “para siempre” sí fuera cierto, pero que no lo estamos comprendiendo? Entre más estudio distintas teorías espirituales, más percibo que al final, todas coinciden en que a nivel espíritu, todos fuimos uno en algún momento, y que decidimos separarnos para experimentar de manera individual. Entonces si reconocemos a nuestro Ser Infinito, perderemos el miedo a que llegue el término. Ese solamente existe en esta realidad. Si pudiéramos de verdad comprender esto, nos daríamos cuenta que somos como un árbol de esos que nacen con un solo tronco, pero que después se divide en dos o tres más. Cada uno a su vez tiene sus propias ramas y si lo ves desde arriba, parecería que son varios, pero si nos vamos al origen, nos encontraremos que parten de un mismo tronco, de una misma raíz.