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Marinela Servitje recibe a CLASE en las oficinas de Sietecolores —empresa que fundó en 2011—, desde su despacho se aprecia con claridad la silueta del poniente de la ciudad. Su vista panorámica coincide con la de la emprendedora, empresaria y promotora de espacios culturales y educativos.
Sin perder un sólo instante, Marinela toma la batuta de la conversación y comienza ella, a hacer las preguntas. Su quehacer como socióloga sale a relucir rápidamente, hace preguntas puntuales y observa con detenimiento las respuestas. Sonríe y escucha, su presencia invita al diálogo.
La hija de Lorenzo Servitje, fundador de Grupo Bimbo, tiene siete hermanos, dos hijos y cinco nietos. Todos están presentes en su oficina a través de fotografías. El significado de su familia y de su apellido es el comienzo de nuestra significativa conversación.
Servitje es una legendaria familia de empresarios, de mucha visión, ¿qué te han ayudado a ver?
Vengo de una familia que tiene una vocación de servicio por los demás, por mejorar la calidad de vida de las personas. Es la vocación de la familia para que todos los mexicanos puedan vivir mejor. Eso es lo que más nos une. Creemos en el valor de las personas. Y eso lo heredamos de mi padre y de mi madre, quienes siempre estuvieron pensando en eso, que cualquier actividad que hiciéramos estuviera enfocada al beneficio de los demás y no en nuestro propio beneficio. Por eso todos mis hermanos traemos ese legado en las venas y la sangre.
¿Existe alguna frase o refrán que hable de esta tradición familiar?
Como tal, no. Es parte de nuestra cultura familiar, el hacer lo más posible por los demás. En ese sentido hemos crecido con la filosofía de mi papá, que siempre ha dicho que no es malo hacer dinero, al contrario, crear riqueza es algo maravilloso, siempre y cuando sepas qué vas a hacer con esa riqueza. Que tengas claro para qué va a servir: para crear más fuentes de empleo, para mejorar la salud o la educación de los demás y para compartirla con otros. Estoy segura de que mis hermanos y yo hemos crecido con el mandato de compartir.
Profesionalmente, ¿has encontrado alguna traba para aplicar esta visión?
En los museos que yo he hecho siempre he tratado de trabajar con patronatos y consejos. He realizado muchos, ya son como 12 museos los que he diseñado… y como 50 proyectos museográficos, pero siempre con una finalidad social, para que éstos sean sin fines de lucro, pero que también puedan ser autosuficientes, eso sí es muy importante.
¿Qué es lo que te causa más orgullo de formar parte del linaje Servitje?
El legado moral y ético que he recibido. Y con ese legado, de vivir de una forma sencilla y poder hacer más por los demás. De eso es de lo que me siento más orgullosa. De que mis padres nos hayan inculcado esos valores. Hemos tratado de ser una familia que dé el ejemplo a otras familias, de que lo que se cree de riqueza es para compartirlo.
¿Sientes que te saliste del negocio familiar?
En realidad, nunca entré. Sí, he estado en el consejo de Grupo Bimbo pero estudié sociología, no estudié administración de empresas, aunque he aprendido mucho sobre el tema porque administré un museo con un presupuesto gigantesco. He aprendido a administrar, pero son habilidades y competencias que he adquirido por mis trabajos. Nunca busqué estar en la empresa, la admiro y le he aprendido mucho, pero creo que mi hermano la maneja magníficamente bien. Y bueno, ya viene la próxima generación.
¿Por qué decidiste estudiar sociología?, ¿lo volverías a elegir cómo carrera?
Sí. Me ayudó a entender cómo funciona la sociedad, la comunidad, lo colectivo... qué los mueve. Me especialicé en Sociología de la Educación, en Stanford. Lo que he hecho toda mi vida es por y para la educación. Para mí, los museos han sido la unión de todo lo que yo estudié. Los museos son espacios educativos en un contexto informal; son lugares de aprendizaje. Aunque también estoy en la parte de la educación formal, en lo que hago dentro del Instituto de Fomento e Investigación Educativa. Ahí está todo lo que hago por la escuela y por la educación de los niños y los jóvenes. Creo que todos aprendemos en la vida. ¡Aprendes hasta en un parque! Siempre el ser humano está aprendiendo desde que se despierta hasta que se duerme. Entonces, casi cualquier lugar es un centro de aprendizaje.
¿Crees que el lema de “toca, juega y aprende” sigue vigente?
¡Y seguirá! Espero que nunca cambie ese lema.
¿Qué te significó el Papalote Museo del Niño?
Fuimos un hito. Han pasado 23 años. Fue un espacio de aprendizaje libre. No había visitas guiadas. Fue un museo muy libre y atractivo en su arquitectura y contenido. Antes de abrirlo, viajamos mucho Cecilia Occelli, Juan Enríquez Cabot y yo. Finalmente decidimos que no queríamos ni un museo de ciencias ni un típico museo para niños. Deseábamos unir la ciencia y la cultura con un toque muy mexicano. Hacíamos cosas de calidad relacionadas con las fiestas típicas mexicanas. Es decir, no nos olvidamos de las partes de la cultura y la tradición.
Personalmente, ¿qué cambios te trajo el proyecto de este emblemático museo?
Fue mi fascinación. Me permitió conocer a millones de niños. Hice el “Papalote Móvil”, con el que viajé a 27 estados de la República. Lo montamos como 44 veces. Logré conocer todo el país, junto con mi familia. Fue una forma increíble de conocer el norte, el centro y el sur. Gracias a ese proyecto móvil se fueron creando museos fijos. Con él se despertó el interés por hacer espacios permanentes.
Y ahora viene un gran proyecto para Sietecolores en Arabia Saudita, ¿es un Museo Papalote?
Ese es un nuevo proyecto que ganamos y que ya se puede anunciar, no es un Museo Papalote, es un espacio dentro del King Abdulaziz Center for the World Culture, hecho por el despacho de arquitectura noruego Snøhetta, patrocinado por la empresa petrolera Aramco, y ahí nosotros estamos llevando a cabo los espacios para los niños chiquitos. Es todo un complejo cultural. Nos sentimos muy contentos porque nos vinieron a ver, vinieron a ver todos nuestros talleres de producción, y definieron que tenemos calidad mundial, concursamos y ganamos. También estamos terminando Papalote Museo del Niño Monterrey, que se inaugura entre mayo y junio de este año. Son 10 mil metros cuadrados. Es subterráneo, bajas por rampas. Es espectacular. A mí, este proyecto, me llevó cuatro años de campaña financiera, el presupuesto fue de 500 millones… pero lo hice, no me preguntes ni cómo.
Esos son grandes logros, pero, también hubo errores, ¿cuál consideras el mayor desatino?
A veces, sin dar nombres, el haber hecho museos un poco grandes para ciudades que no lo son tanto. Creo que siempre hay que hacerlos de acuerdo al tamaño de la ciudad. No hay que hacerlos ni tan grandes, ni tan costosos.
Durante tus proyectos y viajes por México, ¿qué has descubierto de tus propias raíces?
Que somos un país diverso, social, étnica y naturalmente. Los entornos son tan diferentes en cada lugar. La biodiversidad natural. Vamos empapándonos del entorno para presentarlo en cada lugar. Este país tiene una riqueza que no te acabas nunca. Me encanta la gente, que se conserven tradiciones, como por ejemplo las del Carnaval de Mazatlán.
Después de tu experiencia en Papalote, ¿cómo surge tu empresa Sietecolores?
La mayor parte del equipo viene de ahí. Cuando decidimos que ya llevábamos muchos años operando el museo, les dijimos que quiénes querían venirse con nosotros, principalmente del área creativa, del área de diseño y 30 personas decidieron venirse con nosotros en el 2011. Ahora somos 30 fijos y más de 200 talleres trabajan con nosotros como 'outsourcings'.
De estos proyectos, ¿cuáles son las anécdotas que recuerdas más?
Viví grandes experiencias con el Papalote Móvil. Conocer a niños que en su vida habían estado frente a un espejo o se habían visto de cuerpo completo, niños mixes que sólo habían visto su cara y cuando se veían completos, no podían creer que eran ellos. En pleno siglo XXI, pues no te la puedes creer. Todas las experiencias con los niños indígenas fueron extraordinarias. Los niños nos mandaban cartas de agradecimiento y decían: 'ojalá puedan venir mis hermanitos'. Porque ellos quisieran que el resto de su familia viviera lo mismo. Para ellos era un día mágico. Estoy segura de que a todos esos niños indígenas los marcó la experiencia de haber ido a un museo. Porque se les abrió el universo de conocimiento. Para mí eso es lo mejor.
En tu vida diaria, ¿qué es lo que tratas de inculcarles a tus nietos?
Trato, con mis nietos, de decirles que la 'tablet' es para un momentito en la mañana o ponerla para oír canciones o algo así pero sólo un rato. Les digo que no es para todo el día. Yo tengo cinco nietos. Los niños tienen que estar corriendo, jugando, yendo a parques, porque si no pierden una parte muy importante de su desarrollo. La tecnología no te ayuda precisamente a convivir, hay que usarla con control y moderación. También cuando ves que los papás están todo el tiempo pegados al teléfono, pues ves a sus bebés con la manita pegada a la oreja. Replicando lo que ven todo el día.
¿Cómo compartes toda tu pasión por la educación con tu familia?
Mis hijos han viajado por todos los museos. Creo que conozco más de 200. En estos 20 años, hemos ido a museos de ciencia, historia, arqueología y de niños. Ahora iré a unos nuevos museos en Ámsterdam, porque tengo que conocer las nuevas tendencias museográficas. Y mis hijos, pues han crecido conmigo así. Hoy tienen 30 años, pero han conocido de todo y qué bueno, porque sé también se les abrió éste interés y gusto por la cultura. Estoy segura que también se lo van a inculcar a sus propios hijos, que aún son bebés.
Hay algún día que digas: ¡basta, a descansar!
Sí, pero hasta en mis viajes voy a museos. No voy a desaprovechar el tiempo; pero me gusta viajar para conocer las novedades que hay. Y sí descanso, ahora que ya soy abuelita, paso algunas tardes con mis nietos. Estoy conociendo a los niños de hoy. Una tiene cinco años, otro tres, otro de dos, una de uno y otra pequeñita de unos meses. Estar cerca de ellos me ha vuelto la mirada para apreciar cómo los niños tienen esta necesidad de saber, cómo aprenden diario, su alegría, el ver lo despiertos y geniales que son, las preguntas que se hacen. Las tardes que me las paso con ellos, las gozo plenamente.