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Alejandro Hank Amaya se ha retirado del ruedo, así lo dio a conocer su ahora esposa Bárbara Coppel en EXCLUSIVA a CLASE en enero pasado, "su última corrida fue el 12 de octubre en Las Ventas, España, yo fui a verlo ese día pero ya no va a torear más", nos dijo la empresaria. En vísperas del enlace matrimonial religioso de Alejandro y Bárbara, retomamos la charla que sostuvimos con el torero a finales de mayo de 2015, durante la cual nos platicó sobre lo enamorado que estaba de la que fue su profesión durante 15 años y también nos contó parte de su historia.
Nos citamos en la Monumental Plaza de Toros de Playas de Tijuana, una plaza cerca del mar donde el diestro entrena cada vez que regresa a casa, y es que la realidad es que salió de su tierra a muy corta edad con una sola meta: convertirse en matador de toros, pero ya pasaron muchos años desde que esta pasión, indescriptible e inexplicable para muchos, se apoderó de este hombre que hoy en cada faena es capaz de dejar hasta el último aliento, la vida y el corazón.
Los últimos años para Alejandro Hank Amaya han sido una montaña rusa de emociones mediáticas, con 37 años, y otros tantos defendiendo la vida en el ruedo, nunca se había expuesto tanto a la prensa. Los dimes y diretes, chismes, rumores y todo lo que gira en torno a su relación con la actriz Ana Brenda Contreras fueron objeto de innumerables portadas de revistas, pero en esta ocasión decidimos dejar de lado esa parte que el matador trata con respeto, para conocer al hombre que porta con orgullo el traje de luces.
Llegamos a la cita puntuales y nos encontramos con un hombre que, además de amable y atento, se mostró muy interesado de compartir parte de su historia con nosotros. El matador se relajó para llevar a cabo una sesión de fotos que mostraban su lado más humano, posteriormente, en entrevista, el diestro estuvo muy abierto para contarnos como inició su carrera y otros aspectos de su vida.
Fue su abuelo materno quien lo introdujo en la tauromaquia y le inyectó ese gusto por la fiesta brava. De niño tuvo la fortuna de toparse con otros chicos con los que compartía la misma inquietud. Poco a poco Alejandro se fue adentrando en ese mundo y en poco tiempo de lo único que hablaba y en lo único en lo que pensaba era en torear. Pero aún así Alejandro es un hombre que creció en una familia ajena al mundo del toro. “Yo vengo de una familia de todos, en mi casa sí que hay de todo, mi vida personal es poco común”, comenta.
Alejandro nació en un seno familiar que se desbarató, pero con el tiempo se creó otro, uno que se conformó con el matrimonio de su madre, María Elvia Amaya de Hank, con el empresario Jorge Hank Rhon y un total de ¡19 hermanos!
Con una gran variedad de profesiones y gustos, de toros es de lo que menos se habla en casa, lo cual resulta muy cómodo para Amaya, quien encuentra gran tranquilidad en el poder despejarse de un mundo tan intenso como el de los toros cuando está en familia, una familia de la que recibió un apoyo incondicional desde que tomó la decisión de dedicarse en cuerpo y alma a los toros.
La faena perfecta
Y es que el gusto que adquirió desde la infancia fue tomado con más seriedad hasta convertirse en su vocación, ésta lo llevó a prepararse formalmente como torero. A su paso por Pasteje, el lugar donde el tijuanense recibió su educación taurina, se enfrentó a grandes sacrificios propios de su edad e inexperiencia, sin embargo, fueron la base para continuar luchando para sobresalir en el mundo que ha elegido.
Debutó en el año 2000 y a 15 años de distancia su vida se ha ido transformando. Más allá de los aplausos tras una faena, Alejandro describe la vida de un torero como “austera”. “Es una vida más que nada muy sola, se pasan muchas horas en los aeropuertos, en la carretera, los hoteles, muchos club sándwiches. Es duro no estar en tu casa”, comenta el diestro.
Y es que Alejandro pasa la mayor parte del tiempo en Sevilla donde se afincó hace muchos años, sin embargo, el sacrificio conlleva grandes satisfacciones, la experiencia adquirida y el verse desenvolver cada vez más en el ruedo lo motivan para continuar llevando a cabo su profesión con todos los riesgos que ésta acarrea.
“Un toro te parte por la mitad o te mata, uno piensa que no le va a suceder, pero creo que es una muerte muy digna”, dice. Para los toreros como Alejandro, morir haciendo lo que uno ama puede ser mejor a vivir haciendo algo que no aporta felicidad, según las propias palabras del matador, “según como la gente lo vea”.
Pero la muerte no es un tema ajeno a Amaya, a lo largo de su carrera se ha enfrentado a ésta y la ha desafiado, sin embargo, en 2012 ésta se le presentó de manera inesperada, cuando su madre falleciera, una mujer muy querida y admirada en Tijuana. Cuando habla de ella la emoción lo embarga, sobre todo porque su recuerdo cada día está más presente. “Es irreparable, es una de esas cosas con las que cargas toda una vida, no creo que sea algo que se supere por completo nunca”. Sin lugar a dudas, una pena honda en el corazón del matador.
Dedicado a una profesión donde arriesga la vida –sufrió una cornada en marzo de este año en la Monumental de Tijuana–, es también es criticado por ejercer una pasión que para muchos resulta desagradable y violenta. En la actualidad hay un gran número de personas que desprecian la tauromaquia y a quienes se dedican a ésta.
“No me gusta ver que se ataque algo que yo quiero tanto, sobre todo atacada por gente con muy poco conocimiento, ya que quieren defender a un animal que existe gracias a la fiesta brava, sus reales defensores somos los profesionales de los toros”. Amaya considera que el disgusto de muchos se debe a la falta de conocimiento, sin embargo, pide respeto para su gremio, así como él y sus colegas respetan a todos aquellos que no aprueban las corridas de toros.
Consciente de la responsabilidad que implica su carrera, una tarde de toros Alejandro la vive al máximo. El ruedo se convierte en el centro de las miradas donde todo puede ocurrir en segundos. Amaya considera que la profesión de torero no es para cualquiera y que a veces las dudas se pueden apoderar de quienes la ejercen. “¿Cuántas veces no dudamos de nuestra fe, cuántas personas no han dudado de su matrimonio y yo he dudado de mi profesión?”.
Por momentos el torero se ha visto solo, en hospitales, lejos de los suyos, a veces aburrido o distraído, sin embargo, el amor por los toros lo hace encontrar su centro, una pasión que sirve de brújula en esos momentos donde, confiesa, ha perdido su norte. “Pero pasan los años y sigo muy enamorado de mi profesión”, dice, muy a pesar de que también acepta que el miedo se puede apoderar de él antes de una corrida, sin embargo, esa misma emoción es la que lo arroja con más fuerza ante un toro de lidia, y es que según el propio Alejandro, el miedo transforma, sobre todo si se es tímido o introvertido.
Sin embargo, Alejandro, quien puede dar cátedra de sencillez, se muestra muy optimista con el futuro y lo que puede esperarle en las próximas faenas. Al cuestionar al diestro sobre la posibilidad de encontrarse cara a cara con su niño interior y qué consejo le daría sobre el futuro, Alejandro contestó: “Sería una excelente oportunidad de poder advertirle de muchos errores que he cometido en mi vida, aunque he aprendido y aunque siento que me queda mucho por hacer, me siento muy satisfecho de mis logros, muy afortunado de gozar el triunfo en el ruedo”.
Alejandro es, sin lugar a dudas, un triunfador del ruedo, no sólo en la plaza de toros, sino también un hombre afortunado en la faena de la vida. Y aunque Amaya no aclara ni desmiente rumores acerca de su vida personal, sí podemos descifrar por su sonrisa que hoy por hoy es un hombre completamente enamorado de su profesión y de todo lo que hay en su vida.