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No tiene nada de convencional. El acta de nacimiento de Carmen Porras Echeverría le hace dilatar las pupilas a cualquiera. Nació el 4 de agosto de 1971 y en los rubros que especifican el nombre y la ocupación del abuelo materno se alcanza a leer: Luis Echeverría Álvarez, presidente de los Estados Unidos Mexicanos. Ni todos los connacionales tienen como abuelo a un jefe del Ejecutivo ni todos los presidentes de México se han convertido en abuelos mientras fueron habitantes de la residencia oficial de Los Pinos. Esa particularidad la comparte Carmen con sus dos hermanos Arnoldo y Pablo: los tres hijos del ingeniero civil Arnoldo Porras y su esposa María del Carmen, la segunda de los ocho hijos que tuvieron Luis Echeverría Álvarez y María Esther Zuno Arce y que, en orden, son: Luis Vicente, María del Carmen, Álvaro, María Esther, Rodolfo, Pablo, Benito y Adolfo.
En la numeralia de los descendientes de Echeverría –hasta el cierre de esta edición– se contabilizan 19 nietos y 14 bisnietos. Carmen Porras hizo su arribo un año y medio después de que su abuelo fuera electo presidente de México para el sexenio de 1970 a 1976. A pesar de que Carmen puede presumir de haber aprendido a caminar en los jardines de Los Pinos, de que le cambiaron los pañales en la Casa Miguel Alemán y de haber gateado en el Despacho del Ciudadano Presidente, sus recuerdos más entrañables se alojan en los tiempos posteriores a que su abuelo entregó la banda presidencial a López Portillo.
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ROMPE EL SILENCIO
“Yo de Los Pinos no me acuerdo de nada”, dice en entrevista exclusiva para CLASE la nieta de Luis Echeverría Álvarez durante un encuentro sostenido con ella el viernes 3 de agosto de 2018, en las áreas comunes del condominio en el que vive su mamá María del Carmen, por temporadas cortas, en Puerto Vallarta, Jalisco, lugar que desde hace alrededor de dos décadas Carmen Porras ha elegido para hacer su vida. No hubo acceso al interior de la casa de Carmen o al departamento de su mamá. No hubo algún arreglo especial en el peinado o en el maquillaje de Carmen para las fotos. Apenas un par de cambios de su propio guardarropa. “No estamos acostumbradas a esto. Nunca hemos hablado con los medios”, se disculpa Carmen durante la sesión de fotos en la cual, por cierto, ella misma sugirió a la fotógrafa Estrellita, una amiga suya que de igual forma vive en Puerto Vallarta.
Y tiene razón. Durante prácticamente todo el tiempo desde que Echeverría Álvarez se despidió de la Presidencia de la República todos los miembros de su familia cerraron filas con hermetismo absoluto sobre cualquier tema que tuviera que ver con la política nacional. Quizá la única excepción la protagonizó el primero de todos los nietos, Pedro Luis Echeverría Alegría, fruto del primer matrimonio de Luis Vicente Echeverría (q.e.p.d.) con Rosa Luz Alegría que, dicho sea de paso, ocupó el cargo de secretaria de Turismo en el sexenio de José López Portillo.
Pedro Luis en algún tiempo estuvo en la función pública como asesor del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), así como director de área en la Subsecretaría para Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos en la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE). El resto de los miembros de la dinastía se han dedicado a otros giros, preferentemente alejados del servicio público. En el caso de Carmen, por ejemplo, desde hace quince años, junto con su socia Claudia Victoria, montó en Puerto Vallarta un restaurante de comida mexicana enfocado, en su mayoría, al turismo estadounidense y canadiense que se queda en este destino de playa por largas temporadas en el invierno.
“Tristemente –dice Carmen– cuando en una familia algún integrante es parte de la política y se dedica en cuerpo y alma, de alguna manera se ve afectada la relación y la convivencia. Mis tíos y nosotros como nietos disfrutamos muchísimo más a Luis Echeverría y a María Esther después del sexenio”.
Fotos: Estrellita Velasco
LA CASA DE SUS ABUELOS
Su lugar en el árbol genealógico de los Echeverría como la primera nieta mujer, le otorgó a Carmen el privilegio de convivir más con sus abuelos. Las coordenadas del domicilio donde vivía con sus papás, también. Y es que María del Carmen eligió para vivir con los suyos la casa que estaba cruzando la calle de Magnolia, en la colonia San Jerónimo Lídice. Es decir, enfrente de la propiedad de sus papás. Para Carmen, las tardes de juego después de terminar la tarea de la escuela, eran en casa de los abuelos; donde a veces se quedaba a comer, a veces a cenar, era en casa de los abuelos; donde conoció los dulces típicos de casi todas las regiones del país, era en casa de los abuelos; donde siempre había frijoles negros y queso fresco, tortillas y unos merengues con crema batida, era en casa de los abuelos; donde se realizaban las maratónicas sobremesas en las comidas familiares dominicales, era en casa de los abuelos.
¿Qué recuerdos tienes de Los Pinos?
Mis verdaderos recuerdos comienzan después de que Luis Echeverría terminó el sexenio. Después de 1976. Yo estaba muy chiquita, tenía cinco añitos. Estaba en la escuela. Después a mi abuelo lo mandaron como representante de México ante la UNESCO, en París. Y se fueron mi abuela, mi tío Adolfo y mi tío Benito, que son los más jóvenes de mis tíos y quienes estaban todavía en edad escolar. En esa vacación nos invitaron a mi hermano Arnoldo y a mí a París, donde pasamos como cinco o seis meses, por lo que nos salimos antes de la escuela. En aquel tiempo estudiábamos en el Colegio Alemán.
¿Cómo eran tus abuelos fuera de Los Pinos?
Mi abuela quería seguir haciendo muchas cosas: visitar museos, realizar paseos, organizar comidas... Mucha gente los fue a visitar a París, por ejemplo: Carmen Romano (esposa del entonces presidente de México, José López Portillo), la actriz Angélica Aragón que quería mucho a mi abuela; me tocó ver a Octavio Paz y a José Luis Cuevas.
¿Después de la presidencia, Luis Echeverría siguió conservando amigos de la política?
Sí claro, Fernando Gutiérrez Barrios (secretario de Gobernación en la administración de Carlos Salinas de Gortari), Jesús Silva-Herzog Flores (secretario de Hacienda en los sexenios de José López Portillo y Miguel de la Madrid Hurtado), Carlos Gálvez Betancourt (secretario del Trabajo de 1975 a 1976, en el gobierno de Echeverría), Celia González y su esposo Leandro Rovirosa Wade (secretario de Recursos Hidráuldicos con Echeverría).
¿Te ha abierto las puertas ser una Echeverría?
Y me las ha cerrado también. A veces la gente asume cosas. En la escuela hubo bullying. Yo chiquita, después del sexenio de mi abuelo, sufrí bullying por el simple hecho de ser la nieta de Echeverría.
¿Recuerdas algún consejo que te dio tu abuelo durante tu infancia?
Así como consejo, no. Alguna vez, escuchando algo de música pop siendo ya una adolescente, me dijo: “¿Por qué oyen esa música? Mejor escuchen a Mozart o Bach”. Mi gusto por la música clásica es gracias a mi abuelo. Y por los libros también; él siempre fue fanático de los libros, coleccionaba libros de arte.
¿Te tocó que Echeverría te leyera algún fragmento de algún libro o algún cuento?
Era al revés. A mi abuelo le gustaba que le leyeran los periódicos o el libro que él estuviera leyendo, ya fuera alguno de sus hijos o de sus nietos.
¿Heredaste de tu abuela María Esther la pasión por la cocina?
A ella le gustaba comer mucho, pero ella no cocinaba. Mi abuela siempre estuvo muy ocupada en otras cosas… con ocho hijos. Cuando mi abuelo trabajaba en la Secretaría de Gobernación, mi abuela empezó una pequeña granja en San Jerónimo, cuando esa zona todavía estaba ocupada por huertas, granjas, prados, y había vacas lecheras y gallinas ponedoras. Ella vendía huevo fresco y leche en la esquina de la casa de San Jerónimo con Magnolia.
¿De dónde te nació el gusto por el arte culinario?
Mi mamá tampoco cocina, pero desde muy chiquitos mis papás nos llevaban a mis hermanos y a mí a los restaurantes, a los yucatecos, a los poblanos, al restaurante Prendes... Me viene más bien de ahí, de probar cosas diferentes.
¿Cuéntame algo que nadie sepa de Luis Echeverría en el ámbito familiar?
Mi abuelo jugó tenis todos los días, muchísimos años de su vida. Diariamente se despertaba a las seis de la mañana a jugar. Muchos años jugó golf. También muchos años nadó. Es una persona que tuvo una salud excepcional. Le gustaba desayunar fruta, huevo, concha con nata y café.
¿Cómo te contaban tus abuelos su historia de amor?
Se conocieron en Coyoacán, en la Casa Azul de Frida Kahlo. Mi abuela María Esther era la hija de José Guadalupe Zuno, quien conocía a todos los muralistas y los grandes pintores de la época. Mi bisabuelo, quien en esos años trabajaba en el entonces Distrito Federal, llevó a mi abuela a visitar a Diego Rivera y a Frida Kahlo. Por esos años mi abuelo Luis Echeverría era novio de Lupe Rivera (una de las dos hijas que Diego Rivera tuvo con su primera esposa Guadalupe Marín), entonces como que llegaron a cruzarse y esa fue la primera vez que se vieron y se presentaron. Y ahí fue donde se echaron el ojo.
De sus gustos literarios, de cine, ¿qué es a lo que más recurría tu abuelo?
El cine fue parte de su trabajo muchos años, porque él estaba en la Secretaría de Gobernación y como había censura, y ésta era muy dura, él tenía que ver todas esas películas en su casa, donde tenía una sala de proyecciones (que todavía existe, pero ya no están los aparatos ahí) para poder sacarlas al público o de plano no sacarlas; sin embargo, tenía un gusto muy particular por las películas de Charles Chaplin. Tenía toda la colección completa. De igual forma le encantaba James Bond, el agente 007. Desde luego le gustaba el cine francés, el cine italiano, pero lo que más le divertía era Chaplin.
Paradójico que fuera conservador por su trabajo y que estuviera casado con una mujer liberal.
Por parte de mi bisabuelo, José Guadalupe Zuno Hernández (gobernador de Jalisco y uno de los fundadores de la Universidad de Guadalajara), mi abuela sí venía de una familia mucho más creativa, más intelectual, más revolucionaria. Estamos hablando de principios del siglo XX. Ella venía de una tradición mexicana muy nacionalista, no lo tomó como estandarte al llegar a Los Pinos. Mi abuela ya traía desde joven esa admiración y ese amor por las tradiciones mexicanas, por la música, por la comida y por los trajes; tanto que, ya en Los Pinos, se hicieron unas muñecas de vinil de aproximadamente 45 centímetros de altura, y se vestían con los vestidos típicos de cada región del país, de las mujeres y de los hombres.
Esta colección está en San Jerónimo, resguardada en casa de mi abuelo. Debe haber trajes que ahora ya ni se usan porque ya se perdió esa tradición.
¿Y qué pasó con la colección de trajes típicos de tu abuela María Esther?
Están junto con la colección de muñecas, en San Jerónimo. Me encantaría que algún día tengan su propio lugar donde la gente pudiera ir a verlos, en en algún museo de alguna universidad o de alguna fundación.
EL ADIÓS A MARÍA ESTHER ZUNO
Nunca lo ha visto llorar. En sus 47 años de vida, Carmen no ha visto derramar una sola lágrima al abuelo Luis Echeverría. Ni cuando el político fue informado de la muerte de su primogénito Luis Vicente. Ni cuando el priista se enteró del abrupto fallecimiento de su hijo Rodolfo. Ni cuando acudió al funeral de su esposa María Esther, quien cerró el ciclo de su vida a pocos días de cumplir 75 años de edad, víctima de un mal diabético que le produjo una complicación general. Aquel 4 de diciembre de 1999, Echeverría Álvarez se mostró impávido en los servicios funerarios que se realizaron en el domicilio particular de los Echeverría Zuno, donde, en el sala principal, se montó una guardia por parte de los expresidentes de México Luis Echeverría y José López Portillo, acompañados del primer mandatario en turno, Ernesto Zedillo Ponce de León, así como del que se convertiría en el candidato presidencial por el PRI, Francisco Labastida Ochoa.
Consternado. Serio. Inquebrantable. Así se recuerda a Echeverría en el último adiós a su compañera de vida personal y de vida política. “Mi abuela tuvo mucha actividad –precisa Carmen, quien a pregunta expresa detalla las causas de la muerte de María Esther Zuno–. Además padecía bipolaridad. Yo creo que tenía sus altas y sus bajas. A lo largo de los años se le fueron acrecentando estos picos. También sufrió mucho con la diabetes, que un tiempo no cuidó muy bien, entonces fueron muy pesados sus últimos años, estando en su casa, sin movilidad porque el cigarro le afectó la circulación en las piernas”.
‘La compañera María Esther’, como la propia esposa del presidente Echeverría había pedido que se refirieran a ella en lugar de ‘Primera Dama de México’, dio instrucciones antes de morir sobre su arreglo personal para su funeral. “Mi abuela quería que la enterraran con un traje blanco de tehuana, el suyo, pero no le quedaba porque cuando murió ya era otra talla. Estaba muy delgada. La velaron con ese traje, pero fue cremada”.
MOVIMIENTO DEL 68
El 2 de octubre no se olvida. Eso lo sabe el país entero. Y desde luego también lo saben los Echeverría. Sobre el movimiento estudiantil de 1968 en México se han escrito ríos de tinta. Muchas investigaciones serias, otras no tanto. Rumores, varios. Pero pocos testimonios de primera mano de quienes ostentaban el poder, tal es el caso del libro ‘Luis Echeverría Álvarez. Entre lo personal y lo político’ (Editorial Planeta, 2008), en el que el periodista Rogelio Cárdenas Estandía publicó un diálogo donde el expresidente mexicano, por vez primera y con el autoanálisis que permite la distancia del poder, señaló entre otros temas, que los estudiantes muertos durante los sucesos del 68 “son responsabilidad de Gustavo Díaz Ordaz”.
Los descendientes de Echeverría han mantenido un silencio sepulcral durante años sobre la matanza de Tlatelolco. Sin embargo, Carmen Porras, durante nuestro encuentro en Puerto Vallarta, emite un comentario desde su posición muy particular.
¿Cómo se manejaba en tu familia el tema del 2 de octubre del 68? ¿Qué les decía tu abuelo?
Yo todavía no nacía en el 68. Mi mamá (María del Carmen) quizá tenga algún recuerdo pero, yo ya más grande, no recuerdo que se haya hablado de ese tema en la casa. Jamás se habló de situaciones políticas. Se recordaban positivamente las cosas que había hecho la abuela. Las obras que había hecho el abuelo, pero del 68 nunca se hablaba. Esa es la realidad.
Y cuando la gente te pregunta sobre el tema del 68 ¿cuál es tu respuesta?
Mucha gente que me conoce no sabe que mi abuelo es Luis Echeverría y, si lo saben, el tema casi ni se toca. Cuando la gente me habla de mi abuela o de mi abuelo es por recuerdos lindos que tienen sobre ellos o por gente que ayudaron. Eso también es muy bonito.
¿Dónde estaba Luis Echeverría el 2 de octubre de 1968?
El 2 de octubre mi abuelo estaba en la Secretaría de Gobernación. Invitó a [el muralista mexicano David Alfaro] Siqueiros a platicar toda la tarde. Había un testigo de honor de que él no dio nunca ninguna orden. Debo decirte una cosa, si mi abuelo invitaba a alguien a su despacho a dialogar era sin horario porque eran horas. Era muy buen conversador. Si invitó a Siqueiros el 2 de octubre del 68 a su despacho a Gobernación, seguramente ahí estuvo Siqueiros muchísimas horas.
A 50 AÑOS DEL 2 DE OCTUBRE DE 1968
Hace tres años que Carmen no ve a su abuelo. El ex Jefe del Ejecutivo actualmente tiene 96 años de edad y, aunque su salud es estable, en julio de este año estuvo delicado debido a que los doctores le recetaron unos medicamentos muy fuertes para atender una afección y tuvieron efectos secundarios. A decir de su nieta, Luis Echeverría está más disminuido físicamente. El que fuera el hombre más poderoso del país vive en su casa de San Jerónimo, al cuidado de un staff de enfermeras, trabajadoras del hogar y asistentes –sin contar a los elementos del Estado Mayor Presidencial con los que todavía cuenta–. A pesar de todo, Echeverría tiene muy poca movilidad. De las cuatro paredes de su habitación no pasa. Duerme mucho. Además del personal de servicio la familia está cercana. En esa misma propiedad viven sus hijos Benito y Adolfo, pero es María Esther Echeverría quien está pendiente de manera permanente de su padre y, probablemente, planteándose cómo será el funeral del patriarca de esta dinastía en estos nuevos tiempos políticos.
Finalmente, Carmen, ¿te ha faltado decirle algo a tu abuelo? ¿te has despedido de él?
No, todavía no. Pretendo ir en las próximas semanitas, probablemente. Y ya me despediré como tenga que ser.
¿Qué le vas a decir en esa despedida?
Que lo quiero mucho. Que gracias por todo.