Gente con clase| 06/12/2017 |19:13 |Ricardo Quiroga | Actualizada
06/12/2017 19:24

En la casa donde Rafael Tovar y de Teresa vivió con su primera familia, en la que vio crecer a sus dos primeros hijos, Rafael y Leonora, la exploración de toda la estancia, al menos con la mirada, es inevitable. De un lado de la sala cuelgan cinco óleos y una fotografía antiquísima, todas imágenes de los antecesores de Rafael Tovar y López-Portillo. Dos pinturas son de los tatarabuelos de su padre, Nicolás de Teresa y Dolores Miranda, y la fotografía es del hijo de ambos, Fernando de Teresa. Las otras tres, de José López Portillo y Rojas y José López Portillo y Weber, abuelo y padre del ex presidente, ambos prominentes académicos y políticos jaliscienses. El otro cuadro, el más antiguo, es un retrato del empresario minero Silvester López Portillo, quien vivió en México en el siglo XVIII y fue condecorado como Caballero de la Orden del rey de España Carlos III.


Sobre una repisa debajo de los cuadros hay al menos una docena de fotografías de familia, y una docena más sobre un piano del otro lado del salón. En una de ellas aparece su abuelo, José López Portillo, en un acto público; en varias, su mamá Carmen Beatriz López Portillo Romano, como una de cuando Rafael apenas era un bebé y otra en la que está junto a él en un viaje de hace no muchos años. En unas más aparece Rafael Tovar y de Teresa, su papá, acompañando a su primogénito en distintas épocas de la juventud. Es sorprendente el parecido de todos los miembros de la familia Tovar, incluso el que hay entre los miembros más antiguos de la familia y los de las nuevas generaciones.


El padre detrás del funcionario
Elegante, vestido con un traje azul marino de doble botonadura y una corbata roja, amable, un conversador dispuesto, el hijo del primer secretario de Cultura del país de inmediato se sienta en una silla de terciopelo rojo junto a la chimenea y a los retratos de su familia.
El 10 de diciembre se conmemora el primer aniversario luctuoso de su padre Rafael Tovar y de Teresa, un hombre que dedicó toda su vida a la gestión cultural y que, desde muy joven, destacó por su fascinación por la historia y las artes, en particular, por la música. Tanto así que apenas con 18 años se convirtió en crítico de música para el suplemento cultural del diario Novedades. Era un melómano con gran sentido del humor.


Para Rafael, quien, al igual que su padre, disfruta de Mozart, de Beethoven, Wagner y Mahler, así como de las intrigas de la historia y de los viajes por el mundo, este ha sido el año más difícil de su vida, pero también una época de unión tanto en su familia, con su mamá y su hermana, como con la familia que el ex secretario de Cultura formó con Mariana García-Bárcena. “Tengo tres hermanas —Leonora, María y Natalia—, también está mi mamá y, por supuesto, la esposa de mi papá, con quien tenemos una relación maravillosa. Todos hemos estado apoyándonos y, sobre todo, cuidándonos los unos a los otros”, destaca.


Asegura que Rafael Tovar y de Teresa nunca fue un hombre de dualidades y siempre sabía cómo tratar a la gente. Ya fuera que se tratara de un funcionario o de sus propios hijos, con cualquiera era generoso con su tiempo e increíblemente templado. Recuerda que a los cinco años: “en vez de estarme contando las historias de ‘Los tres cochinitos’, me contaba las historias de los reyes de Francia”. Sonríe y agrega: “Supongo que es por eso que comenzó mi gusto por la historia”. Dice que era tan extraordinario narrador que hacía viable que historias tan complejas, como las de la Independencia o la Revolución, fueran fascinantes para un niño de cinco años.


Confiesa que quien también fuera presidente del Conaculta en tres ocasiones sufría de migrañas constantes, pero esos momentos, por más insoportables que resultaran para él, tampoco alteraban su buen humor. “Si le empezaba a doler la cabeza se iba a su cuarto y se dormía 15 minutos; a los 20 bajaba y era otra persona”.


Si en algo se diferenció de su papá, reconoce Rafael con humor, fue la avidez de Tovar y de Teresa por las actualizaciones tecnológicas. Recuerda que el ex funcionario era “muy de gadgets”. Todas las mañanas le gustaba leer el periódico en su tablet y a veces se animaba a cambiar a un celular más reciente solamente porque la calidad de la música era mejor.

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CONDE DE GUSTARREDONDO

Este título nobiliario español fue concedido en 1723 por el archiduque Carlos Francisco de Habsburgo y Neoburgo, pretendiente al trono español durante la Guerra de Sucesión Española, a Antonio Sebastián Fernández de Villa Rebollar y Arce Castañeda como reconocimiento a su respaldo para el noble austriaco en su pretensión a la corona ibérica y en contra del también monarca Felipe V, en una época en la que hubo dos reyes en dicho país.
El condado de Gustarredondo fue ratificado por Felipe V en 1927 y ostentado hasta 1738 por Villa Rebollar, quien murió sin descendencia. Aunque tuvo un hermano, éste viajó a la Nueva España antes del nombramiento y no se enteró de su existencia.
Después de 200 años de olvido, el título fue ratificado en 1930, luego  le perteneció a Agustín de Vallés y de Prat (1953-2008). En 2014 se probó que la descendencia del fallecido no tenía consanguinidad con el primer conde y sí la tenía la familia mexicana Tovar y de Teresa.
El descubrimiento de esto fue gracias a la exhaustiva investigación genealógica de Guillermo Tovar y de Teresa, hermano del ex secretario de Cultura, quien marcó las pautas para recuperar el derecho de posesión. A pesar de ser el mayor de los hermanos, Rafael Tovar y de Teresa declinó el nombramiento, “por convicciones republicanas”, pero acordó con su hermano continuar con la investigación. Guillermo murió el 10 de noviembre de 2013 sin ver el fruto de su trabajo. Finalmente, en 2015 Rafael Tovar y López-Portillo pudo culminar el proceso legal y fue designado como el legítimo VI conde de Gustarredondo.
Más que título nobiliario, Rafael ve la distinción como un emblema de la historia de su familia, de la cual, asegura, está “increíblemente orgulloso”.


Hombre de grandes amistades
Hace un año, en el marco del fallecimiento del funcionario cultural, uno de sus mejores amigos, don José Luis Martínez, relató para CLASE que además de su pasión por la música académica, Rafael Tovar y de Teresa gozaba de la música popular y tenía un profundo conocimiento sobre ella. También gustaba de invitar a sus amigos a casa para ver películas y series de televisión. Su primogénito no duda en confirmarlo y le cambia el semblante como a quien de pronto se le vienen los gratos recuerdos. “Era su forma de relajarse, de estar en su casa y tomarse un café o un pan dulce, que tanto le encantaba”, destaca y recuerda que le gustaban las canciones de Jorge Negrete y de Agustín Lara, o que el mismo Pedro Vargas cantó en su boda con Carmen Beatriz López Portillo. “Así como podía estar hablando de Mahler o de Wagner, podía hablar de Chavela Vargas. Era muy divertido porque sabía cambiar la tonalidad de la conversación de acuerdo a la persona con la que estaba. Si de repente llegaba uno de sus amigos y quería hablar sobre House of Cards, sin problemas le platicaba, pero además le contaba que había una versión inglesa. Si había una persona que quería hablar sobre política, era algo que también platicaba con la mayor naturalidad; de la misma manera que podía contar anécdotas de familia o de los antepasados de las fotografías”, agrega.


Otra de las grandes amigas de la familia es Pepita Serrano, quien encontró en Rafael Tovar y de Teresa a su cómplice en el amor por la música. Ella, dice Rafael, “es una mujer muy generosa con todo lo que tiene y con todo lo que es. Con mi papá fue verdaderamente adorable como amiga y lo es ahora conmigo. Compartieron gustos por la música, por el piano, por el chelo y por la ópera sobre todo”.


Los varios cargos públicos de Rafael Tovar y de Teresa y, por supuesto, sus grandes amistades, le facilitaron al pequeño Rafael el acceso a la élite de la cultura mexicana y mundial. Lo acompañaba a las exposiciones y a los viajes al interior de la República. Muy calladito, ponía atención a las conversaciones de su padre. “Íbamos a Oaxaca y comíamos en casa de Sergio Hernández o de Francisco Toledo. Aquí en México íbamos a casa de María Félix, podíamos visitar a Octavio Paz y a su esposa Marie Jo o viajar con Silvia y Carlos Fuentes”, recuerda.


Hacer memoria de estos personajes le hace recordar buenas anécdotas, como la ocasión en la que, todavía muy joven, acompañó a su papá a una comida con Plácido Domingo, Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes. “Yo no llevaba saco ni corbata. La señorita (del restaurante) me dijo que me tenía que poner un saco y una corbata que me iban a prestar. Pero eran enormes. Parecía un payaso… En ese momento se levantó Plácido, se quitó el saco y dijo: '¡A ver quién me dice que no!'. Se levantó Gabo y también se quitó el saco; Fuentes hizo lo mismo. Todos ahí estábamos sin saco, y todo porque el niño no se quiso poner el que le prestaban porque le quedó grande”, recuerda y reflexiona que ésas “fueron oportunidades maravillosas” y que “mi papá tuvo la fortuna de tener magníficos amigos”.


El don de gentes de Rafael Tovar y de Teresa le facilitó una excelente relación con su suegro, el ex presidente José López Portillo, con quien cultivó un enriquecedor vínculo intelectual, al grado de que, recuerda Rafael, su papá le comentó: “'Yo perdí a mi papá a los 14 años y empecé de novio de tu mamá a los 17, de manera que tu abuelo se convirtió en mi figura paterna'”.

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"Extraño su voz e incluso sus manos, pero sobre todo sus consejos, el estar al pendiente el uno del otro día a día”


Activo hasta el final
Rafael Tovar y de Teresa trabajó hasta el último momento en el que le fue físicamente posible. Su hijo argumenta que lo hizo por el gran amor a lo que hacía y una enorme pasión por su país. “Creo que cuando sientes amor por lo que haces, te motiva a seguir como un motor de turbinas”. Pero también asegura que su padre se mantuvo absolutamente activo porque él confiaba en su recuperación. Incluso revela que murió de una neumonía y no propiamente del cáncer al que siempre encaró con dignidad. “Estaba perfectamente bien hasta una semana antes (de su partida). Y fue absolutamente sorpresivo. Los doctores jamás nos dijeron sobre una posibilidad inminente de fallecimiento. Eso le ayudó para que no sufriera emocionalmente”, refiere.


El funcionario continuó trabajando incluso en el hospital, desde donde daba entrevistas. No dejó de hacerlo hasta que físicamente su cuerpo no pudo más. Rafael lo acompañó en el hospital todo el tiempo. “Platicábamos, nos reíamos y tratamos de hacer toda esa condición lo más llevadera, pero siempre estuvimos en conciencia de que se iba a curar. Claro que fue difícil, pero tenemos la tranquilidad de que mi papá no tuvo esa angustia constante... o si la tenía, no la demostraba”, destaca.


Durante los últimos días de vida de su papá, cuando ya no había nada que hacer, la familia se reunió para decidir trasladar al funcionario desde un hospital en Arizona hasta la Ciudad de México. Rafael no se separó de él en ningún momento. Toda su familia pudo despedirse de él en silencio. En el país permaneció internado un par de días hasta fallecer el 10 de diciembre a las 4:36 de la mañana. Su partida, dice, fue como una vela que simplemente se apaga, sin ningún tipo de sufrimiento.


Hay dos objetos que fueron propiedad de su padre y ahora Rafael conserva por su valor meramente sentimental. El primero es el anillo de matrimonio que el ex secretario de Cultura le dio a su mamá Carmen Beatriz. El segundo, los últimos lentes que usó su padre. “A mi papá lo siento cerca por una simple razón: nos llamamos igual. Tengo lo más importante, el nombre de una persona que fue recta, transparente y buena. Tengo un nombre absolutamente limpio. Era un hombre muy querido”, concluye.

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