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La princesa Carolina de Mónaco ha sido consentida de la prensa del corazón desde mucho antes de nacer. Sencillamente es la princesa más elegante y distinguida, todo gracias a los genes que heredó, por un lado la sangre azul de los Grimaldi, del Principado de Mónaco y su inmenso parecido con su abuelo Charlotte; y por el otro lado, ese aire de glamour digno de una estrella de Hollywood como la su madre, Grace Kelly. Pero, ¿quién es Carolina Luisa Margarita Grimaldi?
Durante su infancia demostró aptitudes deportivas, sobre todo en el campo de la natación, el esquí y la equitación, además despertó su pasión por la música. Ingresó en la Escuela de Danza de Marik Bessobrasova y estudió flauta y piano. Después completó su educación en el St. Mary’s Convent. En 1974, ingresó en la Universidad parisina de la Sorbona para estudiar filosofía, psicología y biología. Su estancia ahí permitió a la joven princesa darse a conocer en el mundo de la alta sociedad.
LOS HOMBRES DE LA PRINCESA
Cuando sólo tenía 16 años, la revista Time le dedicó una portada: “Carolina, la novia de Europa”, aunque pronto se convirtió en la novia del escándalo. Su primer marido, Philippe Junot, era el tipo de hombre que ninguna madre aceptaría como yerno: mujeriego, sin trabajo definido, amante de los autos deportivos, de las carreras de caballos y mayor que ella 17 años. Se conocieron en 1976, en un club de París, y como se conocía que Carolina disfrutaba de hacer enojar a sus padres, aceptó su propuesta matrimonial. El nuevo pretendiente fue recibido con desagrado por la familia real. Contrajeron matrimonio el 29 de junio de 1978, pero él pronto volvió a sus andanzas en las discotecas de moda, acompañado por deslumbrantes modelos. Dos años después, la pareja se divorció.
Luego la princesa protagonizó uno de los romances más recordados de su biografía junto al tenista argentino Guillermo Vilas, con quien fue fotografiada en “topless” en Hawaii. Pero la muerte de Grace, madre de Carolina, en un accidente en 1982, hizo que Vilas fuera relegado al olvido. Ella optó por ser más discreta y acompañó a su padre, Rainiero III, en el papel de Primera Dama.
Pero el destino cambió su vida. En un crucero por Córcega, Carolina y Stefano Casiraghi se vieron por primera vez, se enamoraron y se volvieron locos de amor, tanto que después de ese viaje se perdieron juntos por unas semanas y ya eran noticia. Carolina dejó atrás su relación con Robertino Rosellini y Stefano, con Pinuccia Macheda.
Todo fue muy rápido y apasionado, tanto que se fueron a viajar por Nueva York, París y Milán. Fue ahí donde Stefano, como buen italiano apegado a su familia, decidió llevar a Carolina de forma oficial a la villa “La Cicogna”, propiedad de sus padres. En ese lugar, que era una especie de castillo italiano, la princesa compartió con sus suegros y cuñados.
Después de esta visita, vino el turno de Stefano en Mónaco y allí estuvo con los Grimaldi, quienes lo adoraron, especialmente Rainiero que vio en él al mejor hombre que su hija podía tener, con una Carolina que no dejaba de sonreír y que de a poco comenzó a cambiar su vestuario por uno más conservador. El matrimonio fue el 29 de diciembre de 1983 y la princesa lució uno de los vestidos más clásicos de la historia de la moda, un diseño de satín beige que Marc Bohan, de la casa Dior, creado especialmente para disimular su embarazo.
Se dice que el sueño de ambos era bendecir su amor en el altar, pero esto no pudo cumplirse mientras Stefano estuvo vivo. Sin embargo, el nacimiento de sus tres hijos, Andrea, Charlotte y Pierre, y lo cariñoso que era él con ella fueron aliviando aquello que la iglesia católica nunca les dio y que sólo concedería dos años después de la muerte de Stefano Casiraghi, en un accidente motonáutico en el lago de Garda (Italia).
Si la muerte de Grace convirtió a Carolina en una señora, la muerte de Stefano, la hizo una dama. Durante años los monegascos se acostumbrarían a ver a una figura que casi no reconocían: una Carolina, fugazmente aquí o allá, siempre vestida de riguroso negro haciendo su vida en St. Remy con sus hijos, alejada del protocolo. A mediados de 1992 se le atribuyó un romance con Vincent Lindon, un actor francés de no demasiados vuelos, pero de familia adinerada.
SIN MÓNACO Y SIN AMOR
En 1996 Carolina decidió rehacer su vida sin pensar a quien pudiese lastimar: se enamoró del príncipe Ernesto Augusto de Hannover, esposo de su mejor amiga Chantal Hochuli. El divorcio entre Ernesto y la aristócrata suiza se dio en 1999 mismo año en que contrajo matrimonio con Carolina, con quien procreó a Alexandra. En 2005 volvió la tragedia a la vida de Carolina. Su padre, el Príncipe Rainiero III, falleció por complicaciones en su estado de salud, en tanto, su esposo sufrió una pancreatitis aguda, aunque no murió, se dejó entrever que era alcohólico. La separación era inminente. Además de estar sola, Carolina fue relevada de sus obligaciones en Mónaco, tras el enlace matrimonial de su hermano, príncipe Alberto con Charlène, quien asumió los compromisos que la princesa desempeñaba. Una vida llena de matices, de niña mimada a novia rebelde, de esposa enamorada a madre dedicada, y hoy abuela de tres nietos, Carolina sigue siendo la más elegante de Europa, después de todo: “Existen las princesas y existen las princesas de Mónaco”.