Gente con clase| 29/09/2016 |06:00 |Vanessa Pérez | Actualizada
29/09/2016 05:46

Relajada y con una sonrisa franca, Carmen López Portillo Romano abrió las puertas de su ‘casa-oficina’ en la Universidad Claustro de Sor Juana (que se prepara para celebrar el Día del Claustro), la cual dirige desde hace 25 años, para platicar con CLASE. Cada rincón de su oficina tiene un detalle familiar y una impronta de su estilo elegante. Se percibe que es una mujer organizada, cualidad vital para su ajetreado ritmo de vida, tanto personal como profesional. Ella sabe que el balance entre ambos es básico para mantener el equilibrio.

EN PORTADA: Entrevista con Carmen López Portillo Romano
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“Nunca hay días propiamente normales en mi vida porque cada uno tiene su afán y sus sorpresas, siempre hay variaciones. Me despierto a las 7:00 de la mañana y lo primero que hago es tomar un café expreso hipercargado, saludo a mis perritas “Lola” y “Catalina” y juego con ellas. Luego, trabajo un rato, veo correos, los pendientes del día, reviso Facebook. A las 9:00 me arreglo y llego al Claustro a las 10:00 y empieza el día con acuerdos, reuniones y mucho trabajo. Salgo a comer y en la tarde sigo con el trabajo, luego termino el día. Hay días en los que la carga en la tarde no es tan tremenda y me escapo a ver a mis nietos”, relató.

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La familia es una de sus prioridades por eso, tiene reservado un espacio para disfrutar a sus nietos y no perder detalle de su crecimiento: “El lunes es la única tarde que tengo exclusiva para dos cosas; llevar a mi nieta a sus actividades y tomar mis clases de pintura. Ese es mi momento de mayor felicidad en la semana. Los sábados procuro pintar un rato y más o menos así pasa mi vida”, aseguró.

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Su oficina es uno de sus “it places” incluso, ella definió al Claustro como: “una extensión de mi casa” y agregó: “Esta es mi casa o más bien mi casa es una extensión del Claustro, me paso el día aquí, me he ido trayendo los muebles de mi casa. Todos los cuadros son míos, excepto los coloniales. Es un privilegio y soy consciente de eso; hago lo que me gusta, mi vida no es un trabajo, mi trabajo es mi vida, mi felicidad, el espacio donde despliego mucho de lo que soy, de lo que amo. Me gusta la cultura, el arte, la música, el conocimiento, estar con gente, amo a los chavos y me la paso muy bien”, comentó en entrevista.

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En ese amor por los chavos y en su papel como rectora universitaria, Carmen ha guiado su trabajo basada en los valores que recibió de su familia, mismos que mantiene hasta el día de hoy y que trata de transmitirlos a la gente que la rodea: “Mis papás me enseñaron que la coherencia es uno de los ejes de la vida, que uno no puede andar pensando una cosa, diciendo otra y sintiendo otra, el eje de la conducta tiene que ser la coherencia. Mi mamá nos enseñó a no mentir, la mentira es el peor de los vicios de una sociedad. Por supuesto, también nos inculcaron el amor a México, el sentido de tener en cuenta al prójimo y la consideración hacia los demás”, recordó con cariño.

EN PORTADA: Entrevista con Carmen López Portillo Romano
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Y al comenzar a hablar de su familia, la entrevistada abrió su corazón para recordar a su padre y contarnos: “Mi papá trabajaba mucho, pero siempre venía a comer, así que mis hermanos y yo organizábamos una sesión de magia o de teatro en la sobremesa y les contábamos historias. A mí me gustaba acostarme debajo del piano cuando mi mamá estudiaba sus lecciones, porque me gustaba sentir la vibración de la música en el plexo solar. Los sábados salíamos a caminar con mi papá y a él le gustaba recorrer la colonia Del Valle, que era en la que vivíamos cuando éramos niños, hacíamos largas caminatas y el resto era regresar a la casa, mientras nos contaba su vida de niño y cómo era México en esa época. Mi papá muchas veces, después de comer, en lugar de tomarse una siesta, estaba dándole a la cuerda para que brincáramos. Tuve una linda infancia”. relató nostálgica.

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Por supuesto, Carmen también mantiene vivos los recuerdos de su mamá, Carmen Romano a quien -asegura- le gustaba cocinar y cuenta que: “cuando murió mi abuelo (en 1959), mi abuela Margarita vino a vivir con nosotros y eso también enriqueció la vida familiar. Ella era una mujer de una dulzura impresionante. Era una vida de familia mexicana tradicional. Vivíamos en una privada y salíamos a jugar con cochecitos o canicas. Acompañábamos a mi abuela a comprar pan... era la vida de barrio. Tengo 61 años y en los años 50, aún era posible salir a jugar a la calle.

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Carmen confesó que su vida cambió cuando su padre llegó a la presidencia de México en 1976; sin embargo, aprendió que la vida sigue y que todo es pasajero: “Cuando eligieron a mi papá como Presidente, mi mamá nos dijo: ‘les voy a decir una cosa, a partir de ahora van a ser los más guapos, inteligentes, interesantes y son monos pero no tanto, son simpaticones y le están echando ganas, pero ¿saben qué? no se la crean’. Y a fuerza de levantar la ceja, nos aterrizaba, juro que nos asentaba. Ella nos enseñó a no creernos tanto en ese período”.

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En este sentido, la también catedrática relató que una de las cosas que más le ha servido para tener un mayor panorama de la vida, es haber estudiado en la UAM: “Me abrió a distintos mundos, vivía mucho la vida con mis compañeros, fue una linda experiencia que me aterrizó mucho en la realidad del país. Me cambió para bien”, revela.

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Su vida -acepta- no ha sido ‘normal’ y eso es algo que la hace sentir privilegiada: “No tengo más que agradecer a la vida. Por un lado me parece que la salud es muy importante, nacer en una familia como la mía, tener la posibilidad de formarme, tener acceso a muchos beneficios como la educación. He construido muchas cosas por mi parte pero he tenido un gran bagaje desde el ADN que me tocó. La vida también es azar y cuando se te atraviesa algo luminoso y puedes seguirlo, también es muy valioso. He comprendido que cuando hay una crisis, hay que aprender a sacar los beneficios. Hay que reírse de uno mismo, mi papá nos decía que la risa le devuelve la dignidad al ser humano”. Y justamente, riendo, es como Carmen Beatriz, nos despide satisfecha de compartir lo más significativo de su propia vida.

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